sábado, 19 de diciembre de 2009

Prólogo subdesarrollado


Cierta tarde de abril, un ángel exterminador desprovisto de mapas pero con un instinto propio de un ser alado se dedicó a planear sobre una encrucijada. Un cruce de arterias viales que, como portadoras de vital liquido corpóreo, divisaba desde la altura en su vuelo. San Juan y Boedo se llaman. Cuatro esquinas. Míticas. Inmortalizadas por un tango.
Él aún no lo sabía, como no pudo prever tampoco que, al descender, un cambio vital lo sacudiría en sus fibras más íntimas. Al tocar tierra se produjo su conversión. Allí nació un ángel literario que inundaría el barrio con mágicas bendiciones.
Lo observé desde mi mesa. Una lágrima humeante, un sobre de azúcar arrugado y un cuaderno completaban mi arsenal. Nos miramos a través del vidrio; ya las sombras del otoño descendían creando la característica confusión eléctrica de focos, bombillas y cielo rojizo, y así, sin más me transmitió lo que sería mi legado.
“Quizás no siempre la vida te permita seguir ahí sentado, viendo pasar a tu gente, quizás tu pluma florezca aún en otro sitio, pero lo que te he de asegurar es que las letras te acompañarán, mezclando tiempos, costumbres, visiones. Y nunca deberás olvidar dónde está tu verdadera inspiración”. No hubo palabras, sólo pensamientos recibidos.
Con este mandato semi divino me quedé allí esa noche. Tantas noches. Y por ello, los invito a recorrer estas páginas, sin más animo que el de cabalgar breves historias que, escondidas quién sabe en qué lejano rincón de mi espíritu, han salido a la luz desde esta Esquina Sur.